La Dama del Retrato Pathya Strovki

La dama del retrato
Por: Pathya Strovski
Prólogo

Él se ha quedado prendado de un retrato en una exposición en el Museo Metropolitano, la belleza
de la persona que se encuentra dentro de este cuadro se centra en un par de ojos, buscando
información acerca de la obra, se da cuenta que nadie conoce su procedencia, ni el año en el que
fue realizado; sólo que fue un regalo para la hija de un empresario londinense o al menos eso es lo
que decía la placa de identificación al pie de la obra. Descubre ¿quién será la dama del retrato?

Capítulo I
El museo

Era noviembre, una limusina se desplazaba por la octava avenida rumbo al fastuoso Museo
Metropolitano, la mujer que se encontraba en la parte de atrás miraba por la ventana, frente a ella
un hombre, el cual trataba de encontrar el mensaje en su celular del que fuera su compañero en la
universidad, cinco años antes. La mujer se había percatado de la hora, estaban por llegar, pero
nuevamente tarde, aquel hombre que tenía enfrente no solía ser tan despistado, dado que el
mensaje que trataba de localizar no era precisamente en su celular si no en el de ella.
– Se puede saber ¿qué buscas? – le cuestionó risueña la morena.
– Nada, recuerdo que el mensaje lo vi cuando me puse el corbatín, por aquí estaba –
comentó el castaño.
– Armand me admira que seas tan despistado, el celular al que llegó el mensaje, fue al mío –
aclaró ella.
– Elinor, ¿de verdad? Entonces ¡dámelo! – le pidió extendiéndole la mano.
– Para qué, él ya llegó desde hace un par de horas y nosotros vamos retrasados – recalcó la
palabra.
– Sí lo sé, pero ese juego no podía postergarlo, mi hermano me debía la apuesta y tenía que
pagármela – aclaró el castaño.
– Sí amor, pero Arthur no iba para ningún lado; si viven casi juntos – era el colmo de la
desesperación.
– Bueno lo importante es que ya llegamos – dijo Armand con alivio.
– Sí Armand, pero es tardísimo, veremos si no el tío nos reclama nuevamente por llegar
tarde – retó ella.
– Lo va hacer, pero me responsabilizaré por ello, además también busco a mi amigo, quiero
que lo conozcas – le tomó de la mano.
– De acuerdo, pero ya vámonos – lo jaló apenas la limosina paró totalmente.
Elinor se acomodó el vestido de seda azul, se sujetó el abrigo de piel en color blanco y tomó su
bolso, preparándose para bajarse de la limusina. Armand por su parte se acomodó el cuello de la
camisa y los puños, cuando salió del automóvil jaló el saco del traje y miró hacia atrás para
ofrecerle el brazo a su esposa. Caminaban entre personas del mundo del periodismo y a la entrada
del Museo se encontraron con unos ojos pardos, serios y ligeramente enfurecidos.

– Armand sabes que es de mala educación llegar tarde a tus compromisos. Elinor querida,
deberías decirle a Armand que no puede llegar tarde a estos eventos – los recriminó
tajantemente.
– Si tía, lo haré. Armand te lo dije, la tía es una, veremos cómo nos va con tu tío – le hizo
una mueca de hastío.
– No te preocupes, la tía es así, no pasará nada. Ven, vamos a donde están todos – la tomó
de la mano y la condujo hasta donde estaban los demás miembros de la familia.
– Armand y tu hermano… ¿dónde está? Penny y él no han llegado aún – reclamó la
matriarca.
– Llegará más tarde tía, estábamos juntos cuando nos acordamos del compromiso – aclaró
él de inmediato.
– Ustedes dos no tienen remedio. Vamos a la sala de espera, ahí están los demás – salió
rumbo hacia ésta.
– Sí tía abuela, adelante – le dio el pase.
– Gracias Armand, al menos sé que conservas algunos modales – la señora se alegró por
ello.
– Elinor, Armand, ¿cómo están sobrinos? – Alphonse les recibió muy contento.
– Tío, muy bien gracias – contestó Armand sorprendido ya que el abrazo casi lo deja sin aire.
– Nada de tío, soy Alphonse, si me siguen diciendo así, me sentiré como un anciano –
declaró el rubio.
– Pues no lo eres Alphonse y ellos deben llamarte como lo que eres, su tío – reclamó la
señora Emelie.
– Sí tía, bueno ustedes saben que cuando ella no esté por aquí pueden decirme Alphonse,
solamente así – hizo una seña para que tomaran nota.
– De acuerdo, así lo haremos tío – el castaño estaba de acuerdo mientras buscaba a alguien
entre todos los que estaban ahí reunidos.
– Bueno, dime Armand, ¿a quién buscas con tanta insistencia? – le cuestionó el rubio.
– A un amigo, me dijo que me esperaría en la sala, pero no lo veo por ningún lado – le
informó.
– Amor, seguramente anda dando una vuelta por ahí, no esperabas que después de dos
horas seguiría aquí ¿o sí? – le reprochó.
– Por supuesto que no, sólo lo estaba buscando. Me permiten unos minutos – besando la
mano de su esposa, se alejó de la sala de espera y salió rumbo a las salas contiguas.
– Eso espero, que sean unos minutos solamente – le dijo Elinor con preocupación, porque su
adorable esposo nunca se tardaba unos minutos.
Armand salió de la sala y comenzó a buscar por las salas contiguas, pronto se encontró con el
auditorio, en la puerta vio un desplegado que anunciaba la colección de Madame Clawson, donde
la pieza de mayor valor era un retrato de una dama, valuada en tres millones de libras. Armand no
podría creerlo, qué pintura podría valer esa exorbitante cantidad, Clawson, Madame Clawson ese
apellido se le hacía conocido, del auditorio se dirigió a la sala de exhibiciones especiales que se
encontraba en el segundo piso, la mayoría de las personas que estaban en ese pequeño espacio
eran hombres, ya que las mujeres estaban alrededor de las demás pinturas de la exhibición.
Armand se encontraba intrigado, todos aquellos hombres estaban en un misterioso trance, se
interrumpió cuando el vibrador de su celular sonó y tuvo que alejarse para contestar.
– Armand, ¿dónde demonios andas? – le preguntaron desde el otro lado de la línea, era
Arthur.
– Estoy en el segundo piso, voy en unos momentos – le dijo y cortó la llamada.

Armand colgó y se dio cuenta que al frente del retrato se encontraba la silueta de un hombre
castaño y alto, precisamente la persona que buscaba. Cuando alzó la vista no podía creerlo, la
figura de una dama se encontraba en ese lugar, vestía de época y lo más admirable era aquel par
de ojos que se encontraban plasmados en la tela al óleo. Armand se quedó sin palabras, sólo
mirando y observando cada detalle de esa pintura, los hombres a su alrededor danzaban como si
flotaran alrededor de ella, ahora es que se explicaba el precio de ese retrato, era algo parecido al
brillo de la candidez que esos ojos expresaban, por así decirlo.
– Damian… Damian, amigo ¿cómo estás? – lo saludó efusivamente.
– ¡Eh! Ah sí, Armand, ¿cómo estás? – lo saludó sin prestarle tanta atención.
– ¡Qué entusiasmo Damian! Parece que nos vimos ayer, salúdame al menos – dijo él
mientras lo veía de reojo.
– Lo siento Armand, es que estaba admirando la pintura – se disculpó.
– Sí, muy bella, ¿no lo crees? – le sonrió sin desearlo.
– Demasiado, esos ojos…- volteó a verla nuevamente.
– Bellos, pero dime, ¿ya has visto todo el museo? – le preguntó rápidamente.
– No, aún no – contestó sin agregar nada más.
– ¿Qué has hecho durante dos horas? – le preguntó sinceramente.
– Sólo he visto este cuadro – le aclaró.
– ¿Sólo éste? Y ¿los demás? – cuestionó algo contrariado.
– Ningún otro, sólo me interesa este, dime Armand, ¿conoces a madame Clawson? – le
preguntó a su amigo.
– No, en realidad no, pero la tía debe conocerla – afirmó él.
– Pues vayamos con tu tía, tendrá que decirme cómo encuentro a la dama que posó para
este retrato – habló con determinación.
A Damian se le hizo muy difícil apartarse de esa pintura, algo lo llamaba, no era activación, era
más bien que la conocía de algún otro lado. Cuando bajaron a la sala de espera del primer piso,
todos voltearon a verle, él se acercó a saludar, ya que apenas y conocía a la familia.
– Tía Emelie te presento a Damian Rochester, un entrañable amigo de la universidad.
– Mucho gusto, bella dama – Damian utilizó las armas que su padre le enseñó cuando se
trataba de quedar bien con una señora de la alta sociedad.
– Encantada joven Rochester, ¡qué galante! – respondió ella ante tal saludo.
– A sus pies, madame – estrechó los talones y se inclinó lentamente en media venia.
– Bueno Damian ya conoces a Elinor, Arthur y Penny. Aún te falta mi tío Alphonse, Patriarca
del Clan y a mis primos, los Watson – esto último lo dijo con desgano, cada miembro
presentado inclinaba la cabeza.
– Mucho gusto – respondía Damian ante cada persona. Encantando de conocerlos. ¿Cómo
se la están pasando? – preguntó cortésmente.
– Encantada de conocerte, Armand nos ha hablado mucho de ti y las revistas no dicen
mucho – contestó de manera efusiva Isla, demasiado atenta.
– ¡Isla, no te he hablado nunca de él! – inquirió Armand.
– Silencio Armand, no ves que importunas a tu amigo Damian – le contestó cuando ya se
había aferrado a su brazo.
– Mason llévate a tu hermana, está haciendo el ridículo – ordenó la tía Emelie.
– Si tía, Isla mis padres quieren vernos – le informó a la pelirroja.
– Pero…- intentó protestar ella, pero Mason fue más ávido y logró interrumpirla antes de que
la tía protestara… nuevamente.
– Anda Isla, apresúrate – la apuró.

– ¡Qué bueno que se la llevó! Isla siempre haciendo sus escenas cautivadoras – expresó
una sonriente Elinor.
– ¡Elinor! – la reprendió su esposo.
– Es la verdad Armand, aunque tú lo dudes, Damian tiene todo lo que Isla quiere – agregó de
forma inocente la morena.
– Es cierto Armand, no va a perder la oportunidad para buscar más oportunidades de gastar
el dinero que no se ha ganado – afirmó Arthur.
– Bueno chicos, tía ¿conoces a Madame Clawson? – le preguntó tratando de averiguar lo
que Demian quería saber.
– Claro, es una familia muy antigua en Escocia, ¿por qué Armand? – cuestionó extrañada.
– Es que expuso unos cuadros y hay uno que está valuado en tres millones de libras –
comentó el castaño.
– Una fuerte cantidad para un cuadro – mencionó ella.
– Si tía, madame Clawson adquirió esa pintura hace poco, dicen que es mágica – comentó
Arthur.
– ¡Tonterías! Ninguna pintura tiene magia – contestó restándole importancia al tema.
– Es cierto tía, mi padre dice que la pintura tiene un efecto mágico ya que atrae a los
hombres y sólo a ellos – argumentó Elinor.
– Madame Emelie, puede presentarnos a madame Clawson, por favor – pidió un encantador
Damian.
– No coman ansias, la conocerán esta misma noche, es por ella esta reunión – les comentó
alegre.
– En verdad tía – dijeron al unísono Armand y Arthur.
– Efectivamente, sólo les advierto, Madame Clawson no da entrevistas ni datos de la pintura,
así que no insistan con el tema delante de ella, porque puede cambiar de idea y llevársela
sin que nadie se dé cuenta, está claro – reafirmó ella.
– Sí tía – todos contestaron de igual forma.
Una hora más tarde, la recepción en la sala de exhibiciones especiales dio inicio, durante esa hora
Damian trató de averiguar más sobre el retrato con su corredor de arte, obteniendo muy poca
información, declarando así ser todo un misterio. Damian rememoraba aquella mirada,
sorprendiéndose así mismo por la magia que decían que poseía el retrato, no tenía ni idea de
quién era la dama, no sabía dónde estaría después el cuadro, eso se lo había encargado a
Joefrey, su corredor, costara lo que costara tenía que saber dónde podría estar esa chica.
Cuando dio el comienzo, el museo estaba repleto, la sala contigua se encontraba con viandas
exquisitas y rebosantes de copas de champagne, la distinguida madame Clawson platicaba
amenamente con madame Emelie. El castaño se acercó a ellas, tratando de hacerlo parecer como
una casualidad.
– Joven Rochester, aquí – lo llamó abanicando su pañuelo.
– Me llamaba Madame Emelie – le hizo una reverencia, atento al llamado.
– Por supuesto, mire le presento a Madame Clawson, Henriette él es hijo de Richard –
realizó las debidas presentaciones.
– ¿Richard? ¿Dónde he oído ese nombre? ¡Ah… Richard el Duque, hace tanto tiempo! –
comenzó a cavilar.
– Efectivamente madame, mi padre nunca tuvo la fortuna de hablarme de tan bella dama –
sabía que las señoras les encantaba la adulación y si esa era una forma de obtener mayor
información, lo haría hasta lo absurdo.

– ¡Qué cortés es usted! Tal cual su padre. Pero dígame ¿cómo esta él? – le cuestionó ya
que hacía unos diez años que se había alejado de Londres para irse a vivir a su casa en
Escocia.
– Muerto, digo mi padre falleció ya hace un par de años, madame – puso un semblante
demasiado parco para su gusto.
– Lo siento, ¡qué torpe soy! No me imaginaba que Richard hubiese fallecido. ¡Cómo nos
frecuentábamos muy poco! – la anciana ya no sabía que decir, por lo que trató de
excusarse.
– Sí madame, pero en realidad ahora duele menos, por lo pronto estoy a sus pies, madame
– intentó no tomar en cuenta la mudez de madame Clawson y comenzó a despedirse.
– Gracias joven Rohcester. Tendremos cosas que platicar de Richard, significó tanto en mi
vida, ven a verme a mí villa en Londres, viajaré junto con ella –señaló la pintura. La
próxima semana, si gusta puede visitarme en Villa Clawson a fines de la próxima semana,
lo espero – le ofreció una simple invitación.
– Me honra su invitación madame, estaré por allá encantado, con su permiso – le besó el
dorso de la mano a ambas señoras y se retiró con un leve saludo.
– Pase joven Rochester. Emelie dime ¿cómo fue lo de Rochester? – le cuestionó madame
Clawson.
– Pues no sé muy bien, lo único que sé es que Damian se ha vuelto muy serio y no invitó a
nadie al sepelio de su padre. Lo sé por Eleonor, ella aún vive en el Castillo Rochester, a las
afueras de Londres – le informó la poca información que había obtenido de Eleonor hacía
unos meses después del sepelio de Richard.
– Pobre Eleonor, bueno desde que descubrí este retrato se me ha ido la vida
indescriptiblemente rápido, aún no sé lo que ha pasado con todas mis amistades, en
realidad debería de visitar a muchas de ellas – aclaró el propósito fijado.
– Por supuesto, aún me pregunto si existe la dama que está plasmada en ese retrato
Henriette, ¿sabes algo? – le cuestionó como no queriendo saber algo más que pudiera
ayudarle a Damian.
– Pues no lo sé a ciencia cierta, cuando lo adquirí venía de una subasta y nadie sabe de su
procedencia, sólo que pertenecía al Conde de Lowless y anteriormente a su tía Claudine,
pero realmente no conozco más allá de ellos. Aunque déjame decirte que mis más
allegados familiares dicen que la chica de este retrato vive en Escocia, que la pintura no
tiene más de tres años, que la chica tiene unos veinte años recién cumplidos y es hija
adoptiva de los…- madame Clawson se vio interrumpida por un hombre rubio que llamaba
a la Señora Emelie.
– Tía Emelie, ¿dónde ha estado? El señor Richmond la está buscando, perdón madame
Clawson a sus pies – saludó el rubio a la otrora.
– Alphonse, qué gusto me da verle, siempre tan atento, le platicaba a su tía la procedencia
de este cuadro – le incitó a contarle a su tía, pero el rubio se negaba constantemente a
ello.
– Bueno mis señoras, eso tendrán que platicarlo más adelante, tía ve con el señor Richmond
que está dando de vueltas en la sala de estar, mientras yo me quedo acompañar a
Henrriette – le aseguró el rubio.
– Por supuesto, en un momento regreso Henrriete – se despidió la señora Emelie y comenzó
a caminar rápidamente en busca del Señor Richmond.
– Sí querida, me quedo bien acompañada, dime Alphonse por qué no le has dicho nada a
Emelie – lo cuestionó apretándole el brazo.
– Simplemente porque no lo entendería Henrriette, qué bueno que llegué a tiempo, ella ha
significado todo el tiempo que me paso en Escocia, he hecho hasta lo imposible por

quedarme a su lado, pero no parece suficiente, necesito tu ayuda Henrriette, pronto
cumplirá la mayoría de edad y Europa le queda ya muy pequeña, quiere viajar a América,
debo evitarlo, ayúdame Henrriette – le suplicaba fervorosamente.
– Alphonse, no puedes mantenerla atrapada en Escocia y lo sabes. Es acaso que la amas
demasiado – inquirió ella.
– No, sólo que no puedo dejarla ir, no tan pronto – afirmó él con desgano.
– Es tu hija…de tu sangre, merece el lugar que le corresponde – insistió madame Clawson.
– Lo sé Henrriette, pero dime ¿cómo puedo esconderla de mi tía? Si no quiere estar más
conmigo, me duele que quiera alejarse de mí – argumentó él.
– Cuéntale a Emelie sobre ella, sólo revela parte de tu historia, no tienes por qué hablarle de
Josephine – le recordó a la madre de su hija.
– La odiará, lo sé, se supone que debo de estar agradecido con Josephine por darme ese
gran apoyo, pero tampoco actué bien con ella, por mi testarudez y mi miedo la perdí, la
perdí absurdamente cuando ella solo me amó. Era un pequeño estúpido por no darme
cuenta de su estado, pero no me lo dijo, compréndame solo tenía catorce años, éramos
demasiado jóvenes y no tuve el valor de enfrentarme a mi tía en ese entonces – recordaba
lo sucedido mientras se apartaba de todo el mundo para que no escucharan esa historia
oculta de su vida.
– Los errores se pagan, tu hija sabe la verdad y ella te apoyará, anda Alphonse díselo a tu
tía, aquí en Nueva York, en Chicago, en Boston e incluso en Escocia, pero hazlo, los 21
años de tu hija están a la vuelta de la esquina y no podrás evitar que tu demás familia se
encuentre, sobre todo porque tu apellido es reconocido, White es difícil de recordar, pero
Drummond no, decide lo que sea mejor para ella, no para ti – le insistió hasta el cansancio.
– Tienes razón Henrriette, pero tendrás que ayudarme, no podré con todo esto cuando se
presente la ocasión – se excusó ante ella.
– Ya tienes la ocasión, celebraré una fiesta para el cuadro de ella dentro de dos semanas, te
enviaré la invitación y además creo que ese joven que está ahí también irá. Llévala tres
días antes y todo esto saldrá a la luz, pero eso sí, nadie sabrá el secreto de este cuadro
hasta la celebración, te ha quedado claro – le pidió.
– Así se hará Henrriette, así se hará – finalmente Alphonse Drummond haría lo correcto.
La señora Emelie estaba atenta, Henrriette admiraba ese cuadro más que a nada y más que a
nadie, la existencia de la magia era un gancho demasiado atractivo para ella, pero una realidad
demasiado plausible, tanta que no solamente sus sobrinos estaban encantados con ese efecto,
también lo hacían su sobrino y el joven Rochester.
Damian Rochester conocido como un Don Juan en Nueva York era ahora un chico responsable,
desde la muerte de Richard se había aislado del mundo de los paparazzi como de los chismes de
la farándula, tenía algo más de tres años que no se le conocía amantes y mucho menos una novia
en puerta, se concentraba sólo en los negocios del mundo teatral en Nueva York y
responsabilidades del ducado heredado por su padre, por lo que era visita frecuente en Londres,
junto a su madre Eleonor. Muchas de sus amistades eran ya ancianos que dependían del clan,
incluso algunos decían que Alphonse habitaba la mansión de la Villa de Escocia demasiado como
para tener otras ocupaciones en América y no preocuparse por ellas. Pero lo que parecía más
extraño, era la asidua confluencia de los negocios de Alphonse en Londres que los de América,
varias veces había presenciado la referencia de asistir a algún evento y él que disgustaba de hacer
presencia en eventos sociales ahora de buenas a primeras se encontraba encantado de asistir a
ellas, corría en especial un rumor que siempre se encontraba acompañado de una chica mucho
menor que él, pero bellísima, de ojos cautivadores tal cuales como los del retrato que estaban
exhibiendo en esa noche.

Lo que Emelie no sabía era que esa misma dama no pertenecía a otro siglo, ni era mucho menos
una desconocida; para su suerte lo único que tenía en mente y debería descubrir era si la chica en
cuestión era novia o alguna amiga de su primo, ya que nadie conocía el parentesco que había
entre ellos dos. Debía averiguarlo, ya que un matrimonio o una vida fuera de este, sería una
situación que ella jamás permitiría en su vida.
Mientras la tía cavilaba sobre estos asuntos, Damian y los muchachos hablaban del retrato.
– ¿Qué tal si existiera la dama que posó para el retrato? – mencionó Damian.
– Quizás si Damian, quizás ella exista, pero debe tener por lo menos 100 años – mencionó
Armand mofándose de su amigo.
– ¡Qué gracioso Armand! Pero algo me dice que la chica está más cerca de nosotros de lo
que imaginamos – comentó Damian.
– Pues el vestido es de la época de principios de 1900. Crees que aún sea ella, así de joven
– Elinor vio la pintura detenidamente.
– No lo sé Elinor, pero ¡te juro que lo averiguaré! – declaró el castaño.
– ¡Increíble! Damian Rochester enamorado de un cuadro… – dijo Armand soltando una
sonora carcajada, totalmente incrédulo.
– ¡No digas tonterías! No es el cuadro el que me interesa, esa chica debe de existir, lo sé y
les juro que lo voy averiguar – afirmó Damian.
– Has dicho, lo siento, no pongas esa cara – se mofó Arthur.
– Permiso, debo retirarme – Damian salió expulsado de ese círculo cuando escuchó el tonto
comentario de Arthur.
– ¡Pero Damian, no lo tomes así! – se excusó Arthur.
Damian Rochester se había ido del museo, Armand y los demás se sintieron incómodos ante ello,
pero algo daba de vueltas en su cabeza, se subió a su convertible y tomó su celular, marcó el
número de Eleonor.
– Madre – la saludó desde el otro lado de la bocina.
– Dam, ¿dónde estás? – le preguntó su madre animadamente.
– Pues de hecho estoy en Nueva york, ¿podría quedarme en la Villa de Escocia algunos días
Eleonor? – le cuestionó Damian.
– Por supuesto hijo, no deberías de pedirme permiso, la Villa es tuya – le aclaró su madre.
– Bueno, iré a mi departamento a empacar y mañana por la mañana tomaré el jet para llegar
allá a eso del medio día – desde cuando Damian le contaba su forma de actuar, eso era
extraño.
– De acuerdo, espero que estés bien, ¿está todo bien? – le cuestionó notando preocupación.
– Sí, todo está bien madre, sólo quiero averiguar unas cosas y además quería pasar unos
días descansando – le informó a Eleonor.
– Bueno hijo, espero que pases a visitarme – le advirtió.
– Por supuesto, cuando llegue a Londres pasaré a visitarte. Hasta luego – se despidió de ella
con una sonrisa que no pudo ver.
– Hasta pronto, Damian…- lo llamó de pronto.
– Sí madre – contestó él.
– ¡Cuídate! – le deseó y colgó antes de que pudiera contestarle.
Damian colgó el teléfono con una gran sonrisa, del otro lado de la línea daba el tono, suspiró y lo
guardó en el bolsillo de su saco. Tan pronto llegó a su departamento se le ocurrió revisar en la red
alguna información de la familia Clawson, pero no encontró más nada que la eterna amistad,
aunque lejana de su padre con Henrriette Clawson; pensó detenidamente en la familia Drummond,

quizás podría saber cuál era la conexión de aquel clan con las otras familias en Londres, entonces
se le había ocurrido una idea que no dejaría de buscar, se metió a la red y tecleó, Clan Drummond,
pero no encontró gran cosa, de pronto, apareció un periódico que tenía una remembranza sobre un
acontecimiento de hacía dos meses:
“Alphonse Drummond, Patriarca del Clan Drummond fue visto en la reunión de la familia Dumpsey,
donde Lady Dumpsey festejaba su cumpleaños, el misterioso Patriarca Drummond llegó
acompañado de una bella señorita de la que nadie sabe su nombre, pero sabemos de buena
fuente que pronto cumplirá 21 años. Es acaso que el Patriarca más asediado de Europa y América
finalmente ha caído en las redes del amor y de esta fémina desconocida, en estos momentos
Alphonse Drummond tiene alrededor de cuarenta años, esperemos que en la próxima reunión a la

que asistan encontremos más información”.

– ¡Imposible! Tienen la nota, pero no la fotografía. ¿Quién hace esta columna? Veamos
página 12 F -efectivamente ahí estaba, Thomas Lennox. Arthur, ¡hola! – lo saludó con
demasiado entusiasmo.
– Hola Damian, Armand ha estado buscándote, ¿dónde se supone que estás? – cuestionó
Arthur.
– En mi departamento, mañana debo viajar, pero Arthur quiero saber si tú conoces a Thomas
Lennox, es periodista de sociales en el diario de Londres – le cuestionó sin agregar más.
– Sí claro, pero tú también lo conoces – le informó.
– ¿De verdad? – exclamó sorprendido.
– Sí Tommy es ese tal Lennox, ¿por qué? – cuestiono Arthur muy curioso.
– ¿Tienes su teléfono? – le preguntó tratando de adivinar si tenía el teléfono en su celular.
– Sí claro, en un momento te lo paso por mensaje – respondió Arthur, mandándoselo
rápidamente.
– Gracias Arthur y avísale a Armand que no me encuentro por allá – le pidió de favor a
Arthur.
– Por supuesto, ¿estás bien? – le insistió el chico de lentes.
– Sí, ahora si Arthur, saludos a las chicas. Thommy, quien iba a creer que el Gran Tommy se
dedicará a las noticias de chismes, por aquí estaba tu teléfono, aquí esta – lo apartó y
marcó. Bueno, ¿Thommy? – lo llamó por su apelativo en Eaton.
– Perdone ¿quién habla? – era extraño, pero Thom no reconocía el número.
– Soy Damian, de Eaton, recuerdas al actor amigo de Arthur – le mencionó el “parentesco”
con Armand.
– ¡Damian, amigo! ¿Cómo estás? ¿Cuánto tiempo? ¿Puedo servirte en algo? – hablaba tan
rápido que Damian no supo cuál de todas las preguntas contestar.
– ¡Ah sí, cuánto tiempo! Dirás que ahora me interesa saber de ti, aunque realmente es por tu
trabajo – refirió el motivo de la llamada.
– Dime en ¿qué puedo ayudarte? – insistió Thom.
– En realidad… hace unos meses escribiste una crónica sobre Lord Alphonse Drummond –
refirió la nota.
– Oh sí, por ello subí de puesto, te interesa saber del Clan más importante de Escocia
entonces – comentó Thom intrigado.
– Bueno no precisamente, me interesa saber de la chica que lo acompañaba en esa cena –
soltó tajante.
– No sé qué te parezca, se sabe poco de ella, pero mira puedes venir a mi oficina o a la casa
aquí en Londres y te doy todo lo que he podido encontrar – le sugirió.
– Me parece estupendo, cuándo podría visitarte, será posible mañana – insistió nuevamente.

– Mañana…déjame ver, si mira tengo tiempo a las seis de la tarde, que te parece si cenamos
en Nobu, te espero a las 7:00, sabes ¿dónde está? – le cuestionó mirando hacia el techo.
– Por supuesto, te veo allá a las 7:00, sé puntual y llevame toda la información que tengas –
declaró él.
– Sí claro, hasta mañana – Thom se despidió y colgó.
– Hasta mañana – Damian hizo lo mismo.
Damian se encaminó a ponerse la pijama y en la oscuridad de su habitación admiró la noche
estrellada que en esos momentos podía presumir la ciudad de Nueva York, algo que no pasó
desapercibido fue la incesante mirada del retrato, ¿quién era la dama que aparecía en él? Se veía
mucho más joven de lo que presumía el periódico, ¿será la misma? Dentro de esas cavilaciones se
encontraba cuando sin darse cuenta se quedó cálida y profundamente dormido.
Continuará…

 

 

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