Pequeñitos de la calle

Quienes hemos tenido la que a mi juicio es la felicidad más grande que existe, la de tener hijos, sentimos la obligación, responsabilidad, amor infinito, ese que jamás antes imaginamos que existiera, de criar a nuestra descendencia. Ellos y ellas, nuestros hijos, son depositarios del curso natural de la especie; madres y padres -lo mejor que pueden- cuidan, protegen, nutren, educan, forman y ellos crecen para convertirse en mujeres y hombres que, con algo de fortuna, serán buenas personas, felices y productivos.

En el otro extremo, el doloroso extremo del planeta, hay en el mundo, según informes del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) 100 millones -40 solo en América Latina- de caritas que día a día buscan su supervivencia rodeados de pobreza, violencia y soledad infinitas. Así viven los niños y niñas de la calle, en la calle; o, como se dice en México con esta tendencia a veces estulta de suavizar el lenguaje, en situación de calle.

Tres de cada cuatro, los denominados por el propio organismo internacional “en” la calle, tienen familia y por más tiempo que pasen lejos de su núcleo, siguen sintiendo, indispensable para el sistema primigenio de apego, eso que fundamenta el amor propio…que aún tienen lazos de pertenencia. Ellos trabajan en la calle para sobrevivir, pero al final del día en su interior, tienen el “consuelo” de saber que habrá donde llegar.

25 millones, sin embargo, son los clasificados como niños “de” la calle. Abandonados, solitos vagan; sobreviven sin hogar y con sus vínculos familiares rotos ya por inestabilidad o por desestructuración en sus familias de pertenencia. Casi la mitad identifican el maltrato físico, psicológico, sexual, en fin, de todo tipo de violencias, como la razón para huir de su horrenda realidad. Comen, duermen, trabajan, hacen amistades, juegan en la calle y no tienen otra alternativa que luchar solos por sus vidas. Ni siquiera puedo imaginar tanta desolación.

Una vez en las calles, la deserción escolar es prácticamente obligada y el riesgo de caer en garras del crimen, casi destino. Estas niñas y niños son abrazados por la calle porque han sido desamparados por sus familias, por los gobiernos, por instituciones públicas y privadas. Les hemos fallado todos; son la muestra de la indolencia, apatía y desinterés de esta “civilizada” sociedad.

El mes de abril, con sus jacarandas y la muerte del invierno, es el niño de los meses; nos llena de flores y esperanza. Sí, eso es lo más parecido a la niñez. Tal vez por eso en abril se celebra el día del niño. Abril, sin embargo, también llama nuestra atención a los niños de la calle. Por iniciativa de Consortium for Street Children (CSC), una de las redes internacionales más importantes dedicadas a la protección de los derechos de las y los niños de la calle, se celebra el 12 de este mes el Día Internacional del Niño o Niña “en Situación” de Calle (sic CNDH), cuyo objetivo es lograr que las voces de millones de niños de la calle en todo el mundo sean escuchadas y sus derechos no sigan siendo ignorados. Esta iniciativa ha crecido al punto que en la actualidad se celebra en más de 130 países.

Dar la espalda, decidir no ver, no saber, no hacer por niñas y niños en y de la calle, es el fracaso más rotundo de la humanidad. No haríamos mal en enfrentar a nuestros propios hijos e hijas a esa realidad. Tal vez así lograríamos que esta, la generación de cristal se percate que un plato en la mesa, un techo sobre sus cabezas, ir a la escuela y un abrazo es mucho más de lo que más de 100 millones de personas de su edad siquiera pueden imaginar.

En un episodio de Mafalda, el genial Quino dibujó una escena donde Susanita, la chismosa y frívola amiga de la progresista y contestataria Mafalda, le reclama haber detenido el juego por reflexiones de injusticia social, señalando: “¿y qué? Lo único que podemos hacer es indignarnos y decir ¡qué barbaridad! Luego lo dice: ¡QUÉ BARBARIDAD! Y termina: Listo. Decí vos tu ¡qué barbaridad!, así nos despreocupamos de ese asunto y podemos ir a jugar en paz”.

Susanita se erige como la encarnación de la humanidad con los niños de la calle.

Dar la espalda, decidir no ver, no saber, no hacer por niñas y niños en y de la calle, es el fracaso más rotundo de la humanidad.

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