Al ver a una mujer afrodescendiente, ¿qué es lo primero que piensan la mayoría de las personas?, ¿cómo se originan esas ideas colectivas?, ¿qué tan arraigados están los clichés en torno a las mujeres afrodescendientes y qué tanto afecta a la construcción de su ciudadanía plena y al ejercicio pleno de sus derechos?
Esto me pregunto tras escuchar una conferencia de la escritora nigeriana, mujer afrodescendiente, Chimamanda Ngozi Adichie, quien en su ameno estilo describe cuan influenciables podemos ser al conocer “una sola historia” de algo o alguien, para lo cual narra distintos episodios de su infancia y formación en la literatura.
Señala que, si no hubiera crecido en Nigeria y si su impresión de África procediera de los estereotipos populares, también creería que África es solo un lugar de hermosos paisajes y animales, de gente que libra guerras sin sentido y muere de pobreza, esperando ser salvados por un extranjero blanco y gentil.
La “historia única” crea estereotipos, no del todo falsos, pero si incompletos, que hacen de una sola historia, la única historia. Por ello, seguir pensando que a las mujeres afrodescendientes corresponden características físicas y perspectivas específicas, casi siempre relacionados con la hipersexualización de sus cuerpos, conduce en algún momento a la discriminación y a la limitación del ejercicio de derechos humanos.
Como dice Chimamanda, tenemos que apostar al equilibrio de “historias”, a la historia completa con todas sus diversidades, matices, evitando que la diferencia se convierta en desigualdad, en violencia, en racismo.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha promovido la creación de instrumentos encaminados a erradicar conductas discriminatorias y racistas que incidan en las políticas públicas para evitar esas prácticas. En 1963 proclamó la Declaración sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, en 1965 adoptó la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación Racial, en 1979 igualmente la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, en 1973 fue adoptada la Convención Internacional sobre Represión y el Castigo del Crimen del Apartheid, entre otros instrumentos internacionales.
A partir de la Conferencia Regional de las Américas celebrada en Santiago de Chile en el año 2000, se consolida la lucha por el reconocimiento del movimiento identitario de la comunidad africana en América Latina mediante el uso del término afrodescendiente, traspasando conceptualmente el término “negro” de significación racial arbitraria de orden social operada bajo mecanismos de subordinación como el esclavismo y el exterminio de grandes comunidades africanas.
La Conferencia Mundial de Durban celebrada en Sudáfrica en 2001, abrió la llamada Agenda Global para la Construcción de una Ciudadanía Afrodescendiente.
La Asamblea General de la ONU promulgó el 2011 “Año Internacional de las Personas Afrodescendientes” para fortalecer medidas nacionales y la cooperación regional e internacional para procurar el goce pleno de todos sus derechos; su participación e integración en todos los aspectos de la sociedad y, la promoción de un mayor conocimiento y respeto de la diversidad de su herencia y cultura.
De acuerdo con información del Diagnóstico de la situación de las mujeres afrodescendientes en la costa de Oaxaca, realizado por el CIESAS-Pacífico Sur, una prioridad básica para lograr políticas a favor del cumplimiento de los derechos de las mujeres de la región debe ser la visibilidad social y política de sus condiciones de vida, comenzando con la generación de información. Así como promover una plataforma de derechos de las mujeres y su ejercicio.
Ciertamente, aunque hay avances significativos, aún queda por hacer en favor del 4.6% de las mujeres que habitan en el estado que se consideran afromexicanas o afrodescendientes, es decir casi 100 mil personas.